CARTA PARA UNA MADRE

A mi querida madre:

Quiero empezar esta carta con un gracias; gracias por haber estado a mi lado en todo momento. Gracias por haber sido mi ángel de la guarda desde el día en que nací. Eres la persona que más me ha amado sin pedir nada a cambio.

Sé que un gracias no basta para pagarte por haber apoyado mis sueños, por enseñarme a resistir, por mostrarme con tu ejemplo cómo nunca rendirme.

Sin embargo, este agradecimiento es todo lo que tengo para ofrecerte por ser mi mejor maestra, por educarme con amor y comprensión, por nunca haberme juzgado.

Sé que este camino no ha sido fácil para ti, sé que tuviste que sacrificar tu vida para poder cuidar la mía. Te agradezco tu infinito amor.

Eternamente agradecida,

Tu hija Laura

Mamá,

Estás a punto de descubrir lo maravillosa que es esa palabra. Te aseguro que la primera vez que tu hijo te la diga te emocionarás hasta las lágrimas.

El amor, la inocencia y el candor detrás de un ‘mamá’ es algo insuperable. Tal vez solo puede compararse con el amor que tu bebé te inspira cada vez que lo observas dormir, cuando sonríe, cuando llora…

El temor, la inseguridad y el miedo son una constante, aunque no lo digas. Lo sé porque yo me sentía igual. Cuando mi primer hijo nació, tenía mucho miedo de fallar. Pero debes saber, como yo lo sé ahora, que para él siempre serás la mejor.

No significa que debes ser perfecta y que no se te permite equivocarte. La vida no es perfecta y las mamás tampoco. Tu hijo te va a querer más que a nadie en su vida.

No te aflijas pensando en el futuro. Los bebés crecen más rápido de lo que te imaginas. Disfruta de cada momento con esa personita que lo que más necesita en este momento es tu amor.

Lo harás bien y si alguna vez te sientes demasiado cansada, quiero que sepas que siempre podrás contar conmigo.

Con amor,

Esther

Mamá:

Te extraño con toda mi alma y no sé cómo superar tu ausencia. Extraño tus abrazos, tus besos, tus consejos, tus regaños, tus enseñanzas y ese café vespertino que tomábamos cuando estábamos juntas.

Cada vez que tenía un mal día, ese café era todo lo que necesitaba para volver a sentirme a gusto. Me resulta tan difícil vivir sin ti.

Me parte el corazón ver tu sillón vacío, al lado de ese bordado que te empeñaste en terminar a pesar de que tu vista estaba muy cansada.

La tristeza me invade cuando pienso en la forma en que me sonreías cada vez que sentía que me ahogaba en mis problemas. Esa sonrisa era lo que me confortaba, no tenías que decir nada, pero con tu semblante me demostrabas que estabas ahí para mí.

Lo único que le agradezco a la vida es haber tenido la oportunidad de despedirme de ti con un beso y un ‘Te amo’, como cada noche.

Cuando te fuiste, mucha gente vino a darte el último adiós, a la mayoría de esas personas solo las conocía de vista. Pero gracias a las historias y recuerdos que me compartieron supe que marcaste sus vidas.

La tristeza inmensa que tenía en tu funeral cambió por el orgullo de haber tenido una madre que era querida por cada persona que conoció. Y me di cuenta de que tu mirada tranquila ocultaba mucho más de lo que yo jamás podré saber.

Te llevo a todas horas en mi pensamiento y en mis recuerdos más queridos. Y aunque quisiera que estuvieras aquí presente, sé que desde el infinito me cuidas y me guías con tu espíritu tan bondadoso.

Te amo mamá, siempre serás mi amor eterno.

Siempre tuya,

Julia